Cumbre China-Estados Unidos

Mazhar Al-Shereidah

“Hacer leña del árbol caído” es una práctica propia del hombre a lo largo de su historia. Esta ha sido también la suerte de los imperios incluido el soviético. El presidente Clinton parece haberse paseado por estas ideas cuando relató el 22 de octubre ante la National Geographic Society su interés en la serie de artículos producida por esta Sociedad sobre el Imperio Romano, su surgimiento, cómo se mantuvo y porqué cayó y “algunas conjeturas sobre la importancia que acaso pudiera tener para EE.UU. y, naturalmente, para Occidente”. Las palabras de Clinton estaban relacionadas con el cambio climático.

Indudablemente el presidente estadounidense no cree que su país tenga semejanza alguna con los imperios y en un supuesto negado, el gran país del Norte disfruta de buena salud en todos los terrenos y ninguna de sus instituciones tiene signos de resquebrajamiento. De modo que, lejos con los pájaros de mal agüero.

El 26 de octubre, el presidente chino Zemin llegó a EE.UU. en visita oficial. Como la única gran potencia de Oriente, resulta ineludible para el analista apartarse de la convicción acerca de la inevitabilidad del enfrentamiento Oriente-Occidente. No porque faltan enfrentamientos intra-orientales así como intra-occidentales, sino porque ahora EE.UU., en tanto hegemón y líder de Occidente, tiene que serlo también según la convicción anglosajona de Margareth Thatcher, para el mundo entero: un policía internacional. Nelson Mandela, una voz del Sur, rechaza la pretensión de ser a la vez acusador juez y parte.

Lo que sí dijo Clinton fue: “EE.UU. puede erigirse en campeón de los intereses de la comunidad internacional, EE.UU puede aprovechar la superioridad de hoy y asegurar que nuestros hijos vivan en un planeta que goce de buena salud mañana”. (El subrayado es adicional). ¿A cuáles hijos se refirió el presidente: a los estadounidenses o a los de la comunidad internacional? Creo que está pensando sólo en los suyos, porque hoy como ayer, las diferencias son abismales.

Willy Brandt en su famoso “Informe Norte-Sur” de 1980, apunta que un estadounidense consume dieciséis veces más energía que un chino. En la actualidad China con sus casi 1.300 millones de habitantes consume alrededor de 3,5 millones b/d, mientras que el de EE.UU. se acerca a los 19 millones b/d. La economía china crece ahora a una tasa del 9% y los pronósticos coinciden en que el gigante oriental ha de requerir crecientes volúmenes de energía. En palabras de Clinton, su país “con menos del 5% de la población mundial, disfruta del 22% de la riqueza mundial y emite más del 25% de los gases del efecto invernadero del mundo”. Buena parte del optimismo sobre el crecimiento mundial de la demanda petrolera, se debe a las perspectivas en China. Los fabricantes de automóviles sueñan ya con la proliferación del automóvil individual entre los chinos. ¿Vivirán ellos también el “American way of life” y aplicarán la cultura del automóvil?

El presidente Clinton hizo un llamado: “...el cambio climático nos puede unir en torno a lo que EE.UU. sabe hacer mejor: innovar, competir, hallar soluciones a los problemas, y hacerlo de forma que promueve el espíritu de empresa y fortalezca la economía de EE.UU”. Sin embargo, hay una condición: “Si en los próximos 15 años todo el mundo comprase sólo los productos de gran rendimiento energético que llevan el distintivo ‘Energy Star’ ...., podríamos reducir nuestras facturas de energía por un total de cerca de cien mil millones de dólares en 15 años y restringir de manera radical las emisiones de gases del efecto de invernadero”.

¿Tendría China interés en fortalecer la economía de EE.UU. y qué pasaría si los chinos no compraran productos con el distintivo “Energy Star”?

Washington condiciona en la actualidad sus relaciones comerciales con China, entre otros, cuestiones relacionadas con los disidentes políticos en ese país y la cooperación tecnológica atómica con Irán y Pakistán a cambio de un acuerdo nuclear favorable a China. Beijing podría detener ese flujo tecnológico hacia Irán, pero el Premier Li Peng firmó recientemente con el presidente de Kazakstán un contrato por 9,5 millardos de dólares para desarrollar un gigantesco yacimiento petrolero, Uzen, en la costa oriental del Mar Caspio, a fin de transportar el crudo tanto hacia China, como a través de Irán para su exportación desde el Golfo.

Intransigente en su política de sanciones y embargos, Washington encontraría dificultades prácticas para impedir que China no siga adelante con sus proyectos en el Medio Oriente cuando ha fallado en detener que la empresa francesa Total se retractara de su multimillonario plan de inversiones en Irán. El choque con la Unión Europea al respecto es demasiado evidente como para agregar otro frente con China.

Washington logró, sin duda alguna, acabar con el “Imperio Soviético”, prosigue desmantelándolo y profundizando las diferencias entre Moscú y las repúblicas del Cáucaso. Beijing que tiene enfrentamientos históricos tanto con el Kremlin como con la Casa Blanca, tiene sumo cuidado para no correr la suerte del “árbol soviético” cuyos ciudadanos rusos no encuentran ahora leña para calentarse ante el frío que se avecina.

Querer erigirse en campeón de los intereses de la comunidad internacional es irreal, porque las diferencias entre esa comunidad son abismales. Quizás por esto, Alvaro Mutis, escritor colombiano, Premio Príncipe de Asturias de las Letras y Premio Reina Sofía de Poesía, se dice “aterrado por la globalización”.

This entry was posted on 15 de enero de 2010. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0. You can leave a response.

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